sábado, 26 de diciembre de 2015

La luz de Rafael Barrett

El pasado 17 de diciembre se cumplían 105 años de la muerte de Rafael Barrett. Conocí su figura ya en España, cuando tuve la ocasión de poder acceder a libros que en mi patria no tenía. En una antología de literatura paraguaya, había un artículo suyo titulado “Emigración”. Hablaba en él de cómo los paraguayos se están yendo a otros países. “El Paraguay ofrece un ejemplo único –escribe Barrett–; es un país americano que se despuebla”. Si ya en julio de 1910, la gente salía de Paraguay, es que hoy no ha cambiado nada. Cuánta gente necesitada abandona Paraguay, “el país más feliz del mundo”. Yo había hecho lo mismo que los paraguayos de principio del siglo XX.
El artículo me había maravillado y tuve que conseguir otro libro suyo, El dolor paraguayo, que él mismo había preparado pero que no llegó a verlo publicado. Libro que describiría, como ningún otro escritor lo hizo antes, la desilusión, la pena y el dolor de nuestra gente.
Después fui indagando sobre su obra y vida. Leí el libro de Gregorio Morán y allí descubrí a Vladimiro Muñoz, el primer biógrafo de Barrett.  Muñoz es natural de una ciudad asturiana llamada Gijón, a 30 kilómetros de Oviedo, donde vivo.
Desde aquella primera lectura fui buscando más obras suyas. Y un día, José Luis García Martín me regaló las Obras completas de Rafael Barrett. Su lectura me fascinaba, me iba alumbrando. Su punto de vista era original porque decía tanta verdad. Todo su texto es resultado de una reflexión muy humana y de elevada cultura.
Barrett, como el Cid campeador, se exilió porque fue calumniado y, como Apolonio, intentó perderse por el mundo. Y la misma frase que cierra aquel primer artículo que leí se podría decir aplicar a él: “El derecho supremo es vivir, y cuando no se puede vivir en un sitio, el deber supremo es irse a vivir a otra parte”. Él había hecho exactamente eso cuando se marchó de Europa. Pisó tierra paraguaya, como quien llega a su casa después de un largo viaje. Allí aprendió de los más pobres la nobleza y por los pobres fue aceptado como un hermano más.
En Hispanoamérica se hizo escritor, maestro, proletario, agrimensor, sindicado y padre de familia, además fundó el semanario Germinal, en honor a Zola. En el Paraguay, Barrett es considerado el padre del pensamiento crítico, impulsor del periodismo objetivo, realista, porque, como diría él, para decir la verdad “cualquier boca sirve”. Como los de Zola, sus escritos fueron el arma con que defendía a los de abajo. Sin temblarle el pulso, revelaba las injusticias y abuso del poder y los acusaba públicamente.
De alguna forma me sentí en deuda con él. Es verdad que en Paraguay han publicado sus obras completas, han creado un premio literario de ensayo que lleva su nombre y tantos otros honores. Pero en España, como paraguayo, sentí la necesidad de hacerme un alumno suyo, su lector. Fue el mejor favor que me pude hacer.   
En una conferencia del 2013 en la universidad de Oviedo, Antonio Muñoz Molina había dicho que “en una democracia escribir en libertad no supone valentía. Donde se es valiente es en una dictadura.” Sus palabras me hicieron recordar a Barrett. Él sí fue un escritor valiente por antonomasia. Había denunciado sin miedo en sus escritos la barbarie a la que estaba sometido el pueblo paraguayo, sobre todo los abusos y la esclavitud que sufrían los obreros en los yerbales. Además, quizá fue el primer escritor en defender a la mujer en la sociedad paraguaya. En su artículo “Oro sellado” podemos leer esa defensa:
 
“Aquí las valientes, las que trabajan, son sobre todo las mujeres. Son ellas las que afrontan, indefensas, la dura realidad. Son ellas, heroicas, las que despiertan la fecundidad de los campos, las que preparan lo indispensable a la vida, el pedazo de pan, el jarro de leche, la legumbre y la fruta; las que hilan y tejen y cosen; las que tienden al dueño de su alma el limpio lecho, y no se atreven a despertarle, y le espantan las moscas. Hambre, dolor, incertidumbre, soledad, guardan todo lo malo para ellas. Placer, orgullo, mesa y techo y ropa seguros, y algún dinerito para divertirse, todo lo bueno lo reservan para ellos, hijos, hermanos, esposos. Pero en verdad que son tan sólo hijos suyos y hasta la muerte. En verdad que estas mujeres amamantan a su patria”.

Leer a Barrett es un placer exquisito. Uno tiene la sensación de que de cada artículo suyo que lee sale más sabio. Barrett es un maestro de todos los tiempos, de todas las generaciones. Él fue el primer ilustrado, una especie de guerrero de la luz, que nos sacó de la oscuridad, de la ignorancia en la que vivíamos los paraguayos.
Barrett era pura idea, pura razón, infatigable y brillante. Sus ideas creadoras nutren, ennoblecen y fecundan hasta hoy día el pensamiento. Hoy y siempre la luz de su inteligencia nos seguirá iluminando.

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