19 de septiembre de 2015
Rosana es quien nos recibe a Marta y a mí y a muchos otros invitados. Ella es la que nos ha conseguido un apartamento donde vamos a quedar por una noche, sin tener que pagar nada. “Mi jefe no te va a cobrar”, me dice Rosana. Los asturianos son generosos por naturaleza. Quizá es porque los paraguayos que viven en Vegadeo se han ganado el corazón de los anfitriones de este cálido rincón asturiano.
En
Vegadeo, en Asturias, los paraguayos nos sentimos como en casa. Y es que
Asturias es una gran alegría para la mayoría de nosotros. No solo por el
ambiente acogedor o por la buena comida (por cierto, muy parecida a la
paraguaya: les encantan las legumbres), o por la exquisita “sidrina” que alegra
el alma asturiana, sino sobre todo porque nos reciben como a amigos, como a
hermanos. Y es que muchos asturianos, en tiempos pasados, emigraron a América.
Creo que por eso comprenden al extranjero. Nos miran como si vieran a los
asturianos que habían dejado tu patria en décadas pasadas, y que han regresado
a su casa.
Estos
paraguayos son los verdaderos promotores de nuestro país en España. Ellos hacen que el nombre de Paraguay suene
bien. Ellos hacen mucho más que los diplomáticos que son enviados desde el
Paraguay y se dedican a hacer turismo.
Cuando
conoces a un paraguayo, como los que viven en Vegadeo, es difícil ya de
olvidarlo, dejan huella en la gente. Lo ciertos es que tiende a ofrecer lo
mejor que tiene, lo poco que tiene: su disposición, su trabajo, su lealtad y su
amistad, y esas ganas de estar siempre feliz. Vaya donde vaya llevan su
característico idioma, su identidad, su cultura, su espíritu, su alegría.
Los
que salimos del Paraguay, salimos con la ropa roída por el abandono, por la sed
de una vida que no podemos vivir en nuestra propia tierra. Nuestros sueños
tomaron posesión de nuestros pasos y nos trajeron aquí.
Es
verdad que en los primeros momentos, miramos hacia atrás, hacia nuestra patria
con la cara de un perro que es expulsado del hogar. Pero los paraguayos, como
los asturianos, no tenemos miedo de arriesgarnos. El fracaso y el triunfo son
dos caras de la misma moneda. A veces, el futuro se nos aparece como un abismo
oscuro. Pero los paraguayos, los pobres paraguayos (que somos la mayoría) lo
cruzamos sin miedo. A veces detrás de ese abismo encontramos una luz, una luz como
Vegadeo, como Asturias.