Este sábado volví del cine como
si hubiese regresado de mi infancia, de la infancia latinoamericana, claro. Conducta, la película cubana de Ernesto
Daranas, nominada al Goya en el 2014 como Mejor película hispanoamericana, para
mi suerte, se sigue proyectando en los cines españoles. Este filme nos muestra
la vida de Chala (Armando Valdés Freyre), un niño de once años que trabaja
criando palomas y amaestrando perros de peleas para mantener a una madre
alcohólica y drogadicta; un niño valiente que acude a la escuela con todo ese
mundo marginal y violento en el que vive. Pero como en casi toda
Hispanoamérica, la casa suele ser un infierno, y solo un lugar es el paraíso
del niño, la escuela. Es allí donde Chala encuentra la luz, la bondad, la
solidaridad, la amistad, la esperanza en un futuro que se ve incierto, y el
amor, el estar enamorado le ayuda a olvidar el mundo miserable que le rodea. ¿Cómo
no sentirse identificado con ese niño que se emociona ante Yeni (Amaly Junco),
la compañera que le gusta? ¿Cómo no sentirse identificado con ese ambiente
escolar, donde se juega al amigo invisible por el día de la amistad, al partido
de fútbol en el patio de la escuela? Todas esas cosas son un paraíso para Chala.
Es difícil no volverse a mirar, cerrar
los ojos a esa realidad que me es tan
cercana, que solo ayer viví y que muchos de los niños paraguayos, argentinos,
cubanos, etc. padecen aún hoy. La historia de los niños de la calle que nos
relata Daranas parece sacada de un cuento de Charles Dickens.
Conducta tiene un transfondo moral. Con
las figuras de la madre soltera, alcohólica, maltratada, y el hijo que crece en
ese mundo turbio, nos descubre una realidad dolorosa, ignorada, que de alguna
manera se critica en esta película. Solo la escuela parece ofrecer una salida,
una esperanza. Sobre todo la figura, el apoyo incondicional de la maestra
Carmela (Alina Rodríguez) ―que lucha por sus alumnos como si fueran sus propios
hijos― nos enseña ese amor que nos abre los ojos más escondidos de nuestra
conciencia, nos mejora como persona. Carmela encarna la figura de una mujer
luchadora, que quiere que sus alumnos no falten a la escuela, que se enfrenta a
los burócratas que ponen travas y más travas a una sociedad desfavorecida. En
ese mundo, Carmela quiere seguir enseñando hasta que no le queden fuerzas para
caminar. Maestra que prefiere teclear en máquina de escribir, porque le gusta
que las palabras suenen. Quien cree que no lleva tanto en la escuela. “Yo doy
clase aquí desde antes que tú nacieras”,
le dice a la supervisora que la quiere echar, quien le responde: “A lo mejor ha
sido demasiado tiempo”. Pero Carmela le contesta: “No tanto como los que
dirigen este país”. Esta frase de la maestra resume tal vez un cansancio de
tanta miseria.
Cuánto
salimos ganando al ver una película como Conducta.
Desde el primer minuto nos sentimos cautivado por las imágenes de los tejados,
las calles con los Chrysler viejos, los trenes de otros tiempos, la gente, en fin,
por La Habana. Pero lo que más impresiona es el drama social que se relata en
la película. Desde la primera escena se mantiene la tensión del público sin
dejar de emocionarnos.
Una película demasiado buena para
ignorarla, para dejar de verla.
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