jueves, 11 de abril de 2013

Mi experiencia como inmigrante

 Me han pedido escribir mi experiencia como inmigrante aquí en España para el boletín de Asturias Acoge. Con mi vida de ilegal he aprendido, sobre todo, a ser legal, he aprendido a esconderme, a cambiarme la piel de vez en cuando para pasar desapercibido, he aprendido a ganarme la vida, a saber elegir lo que me conviene, a desenvolverme en las situaciones más ingratas y sobre todo he aprendido a conocerme a mí mismo. Así también he mirado a la suerte a los ojos, robándole un beso, pero nada más, después no la busqué más, porque es una dama, ahora es ella la que me persigue, al menos eso creo. No puede vivir sin mí, y yo sín ella.  En fín, una aventura que creo vale la pena ser contada.

Casi un cuento de hadas

Siempre me he considerado una persona con suerte. Miro lo que fui y cómo estaba hace cinco años y confirmo que estoy mucho mejor ahora. Dejé mi país, Paraguay, porque allí mi futuro era mucho más incierto. Llegué a España, a Oviedo, un viernes 18 de enero de 2008. Había venido en tren desde Italia donde solo estuve cinco días.
Al día siguiente, sábado, me levanté a la seis. Desayuné y me bañé, y antes de salir a la calle para conocer la ciudad, me arrodillé y recé pidiendo un trabajo. Y cuando salí del portal donde vivía, caminé por la calle de Valentín Masíp hacia La Magdalena y allí, en la esquina de Valentín Masíp y División Azul, encontré a un pintor, con una brocha en la mano y en la otra un cubo de pintura negra. Me acerqué a saludarle y él muy amable me saludó. Yo ya tenía mi discurso aprendido.
Por mi acento descubrió que no era español. Le dije que buscaba trabajo. Le pregunté si él no podría darme y si  no sabía de alguno. Me dijo que no sabía nada, que la cosa estaba mal. Luego me preguntó por qué había venido, dejando mi país y mi familia. Le dije que mi país estaba peor. Hablamos muchísimo, más bien él habló mucho. Me comentó que también su padre fue un emigrante. Y cuando acabó me dijo que podría trabajar con él pintando aquella fachada y que me presentara allí el lunes a las ocho en punto. Sin mirarme a los ojos, me dijo que se pagaban veinte euros al día. Luego me enteré de que normalmente se pagaba a los ayudantes de pintor cincuenta euros al día. Pero yo empecé a trabajar con él con el mismo entusiasmo que si hubiese estado ganando cincuenta euros o más, tenía que pagar el alquiler y enviar a Paraguay el préstamo que me habían hecho para viajar.
Tres meses después, ya era un buen pintor. Y me propuse  conseguir mis propios clientes, porque trabajaba y ganaba muy poco para cubrir mis obligaciones, además necesitaba ingresar más para cumplir uno de mis sueños, publicar un libro de poemas. Hice un cartel donde ponía “Pintor económico” y puse mi número de teléfono. Los amigos me decían que era muy peligroso, porque si me pillaba la policía podrían no solo expulsarme por no tener documentos, sino también por no estar asegurado. Yo seguí con mi sueño de trabajar, me arriesgué mucho y por eso mi sueño era más fuerte. Ganarse el pan no puede ser ilegal. Salía por las noches a pegar mi cartel en los portales, aunque por las mañanas los porteros o los propios vecinos lo arrancaban y lo tiraban a los cubos de la basura. Yo, al día siguiente por la noche, los volvía a pegar. Y un día recibí mi primera llamada. Era una señora que vivía en la Calle Campoamor, en el centro mismo. Mi primer cliente me dio el primer chanchullo. Con lo que gané, compré mi primera escalera, rodillos, espátulas y todavía me sobraba para mi entusiasmo.
Y así iba financiando mi vida en Oviedo. Era feliz desde que llegué, casi nunca extrañé mi país porque aquí tenía cosas que allí me faltaban, como las bibliotecas. Empecé a leer mucho y me propuse  trabajar y juntar dinero para publicar mi libro de poemas. Y en seis meses conseguí juntarlo. El libro, aunque no tuvo éxito ni se vendió, me ayudó a conocer a gente que me haría mejor.
Por eso digo que soy un chico con suerte, cada cosa que hacía tenía un efecto mejor en mi vida. Ahora, nada más y nada menos, ya estoy estudiando en la Universidad de Oviedo, tengo los mejores profesores, estoy compartiendo clases con muchos jóvenes que el día de mañana ocuparán los puestos más importantes. ¡Cómo no sentirse feliz con tanto privilegio! ¡Esto sí que ni siquiera lo soñé! Era algo muy lejano para mí. Ahora este nuevo paso no sé a dónde me llevará, pero creo que mucho más lejos que las dieciocho horas de vuelo desde Paraguay hasta España.

CDL

4 comentarios:

  1. Estupendo relato,Cristian. Pero no te pongas juanramoniano (aunque, ciertamente, Asturias acoge on ge y con jota).

    JLGM

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  2. Amigo Martín, ya quisiera yo ser como JRJ, pero la verdad es que fue un error con mayúsculas. Gracias, a seguir aprendiendo.

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  3. Me alegra leer que alguién se siente bien en mi país. Gente como tú es la que necesita cualquier país. Gente honesta con ganas de aportar. Saludos de un chico de tu misma edad que partió de Barcelona hacia Noruega para ganarse la vida.
    Mucha suerte y no dejes de hacer aquello que te gusta.

    Saludos

    Victor

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    1. Muchas gracias, amigo Victor. Y buena suerte también para ti.

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