miércoles, 24 de agosto de 2011

Un español paraguayo


Rafael Barrett
El dolor paraguayo y Lo que son los yerbales
Capital Intelectual, Madrid, Buenos Aires, 2010

Después de leer este libro que más que libro es un mapa del sufrimiento, de la realidad del Paraguay, ya no he vuelto a ser el mismo. Siento como si todo este tiempo mis ojos hubieran estado cubiertos por una nube que no me dejaba ver las llagas que iban pudriendo mi alma. He quedado emocionado con cada palabra dicha, reflexionada filosóficamente por este hermano. Con este libro, cuyo índice fue preparado por el propio Barrett poco antes de morir, recupero la dosis de identidad que me faltaba. Un libro, una historia, un cuadro donde se retrata, como dice su título, El dolor paraguayo, un libro que es un tesoro en sí, que es la miel que podría calmar la herida que abre el olvido, la guerra que genera a la esclavitud, la pobreza que genera la ignorancia y todas cosas que vuelven peor nuestro mundo.

En cada línea de este libro se refleja el amor por la tierra que lo engendra todo como sinónimo de mujer. Con sus capítulos nos invita a mirarnos en el espejo de la historia para decirnos que los grandes países antes de llegar a su plenitud pasan por los más grandes obstáculos.
Y es que cuando Barrett pisó la tierra paraguaya, se quedó con la boca abierta, viendo que nadie hacía nada, que nadie lloraba, que nadie podía huir, vio al niño sin ningún gesto en la cara. Dejó caer su maleta, se arrodilló como quien vuelve después de un largo viaje y encuentra frente a sí la casa quemada. Luego palpó la tierra y se manchó de sangre las manos, la sangre era el llanto, era el grito mudo que sólo él pudo escuchar. Por eso dijo “¡basta!”. Era un soldado desconocido que aborrecía el oro manchada de sangre (“reíos del oro, símbolo vació de la energía humana”), aborrecía la esclavitud, aborrecía al falso doctor que adorna su oficina de libros que nunca leyó.
También defendió al idioma guaraní y pronosticó positivamente que “los enamorados, los niños que por vez primera balbucean a sus madres, seguirán empleando el guaraní…” porque es el idioma de esta tierra, el idioma que amamanta nuestra raza.
En el capítulo “La poesía de las piedras” invoca a la piedra blanca que da la dicha (y la piedra de color negro la desgracia), diciendo: “Piedrecita blanca, escondida en el nido del cabureí, compadécete de las cándidas nostalgias de un pueblo castigado, y adorna su abandono con las imaginaciones de lo imposible”.
En el capítulo “Diabluras familiares”, basado en las creencias paraguayas, nos dice que todo a nuestro alrededor tiene un mensaje: “¿Tropezáis en el umbral? Vuestra mujer o vuestra novia os engaña. ¿Os pica el centro de la mano? ¡Dinero! Volved la palma hacia donde lo haya y os irá a maravilla.” También descubrimos curas que parecen insólitas hoy en día, pero que de alguna manera han tenido éxito. Por ejemplo, nos dice cómo solucionar el orzuelo, también llamado mal de viudas. “Quien padezca frecuentemente de orzuelos, se casará con viudo. Para curarlos no hay sino un procedimiento: pasarse el brazo por detrás de la nuca, y frotarse el ojo con el dedo medio mientras se dicen los nombres de siete viudas”.
Y va mirando a las mujeres paraguayas y dice: “Son ellas las que afrontan, indefensas, la dura realidad. Son ellas heroicas, las que despiertan la fecundidad de los campos…; las que hilan y tejen y cosen… En verdad estas mujeres amamantan a su patria”, y mira a los niños tristes que no corren, no saltan, no juegan, cabizbajos como si fueran sus cuerpos de madera; nunca ha visto niños tan serios. Y mira el obrero y lo ve y se maravilla diciendo: “obrero no quiere decir esclavo; quiere decir creador”. y canta a la tierra con un acento que parece de Walt Whitman: “la santa tierra, la madre inmortal, doblemente madre, porque después de darnos la vida, nos ofrece el reposo”. Y nos dice que el cambio de un cuerpo, primero sucede en la célula. Es un mensaje al cambio de la mentalidad del paraguayo.
Y en los capítulos “Los trofeos” y “El estado y la sombra” hace una profunda crítica a uno de los responsables de la Guerra Grande denominada Triple Alianza contra el Paraguay. Y escribe: “Los paraguayos que disputaron su tierra a los que la invadieron, madres que defendían a sus hijos, hijos que defendían a sus madres, son digno de respeto y de piedad… En la Argentina no se debía recordar la guerra del Paraguay sino con sonrojo y remordimiento. Esa guerra de exterminio ha sido una gran vergüenza… Vergüenza sí para los gobiernos, para los jefes. Vergüenza para los diputados de la cámara argentina que evocan con orgullo hazañas de salvajes y se atreven a decir que la guerra del Paraguay se hizo ‘con hidalguía y humanitarismo’, que fue ‘obra redentora, libertadora’. ¿Humanitarismo es el aniquilamiento de una raza? Aquí no se trajo la libertad, sino la muerte. ¿A quién se ha dado la libertad, ¡oh! ‘hermanos’ generosos? ¿A un montón de cadáveres?... No son los funcionarios, los políticos que borrarán las fronteras. No los que pavonean y gozan, sino los de abajo, los que trabajan, sueñan y sufren, son los que realizarán la fraternidad humana”.
En este libro sentí el sabor dulce de la poesía, la lógica evidente del ensayo y la magia fantástica del cuento y de las leyendas que habitan nuestros sueños y que vuelan de generación a generación.
El gran hermano que tuvimos, que nos amó y nos enseñó a defendernos culminó su libro de artículos referente a nuestra tierra diciendo: “Paraguay mío… ¡no mueras! ¡No sucumbas! Haz en tus entrañas, de un golpe, por una hora, por un minuto, la justicia plena, radiante, y resucitarás como Lázaro”. Yo, después de leer esto ya no quiero darme por vencido.
El profeta Barret anunció muchas veces que ya nadie, sea paraguayo, sea extranjero, deshonrará a nuestro país, porque él supo nuestro valor, supo que algún día debíamos despertarnos y cambiar uno a uno y trabajar por reconstruir nuestra patria como las hormigas reconstruyen todas juntas su nido, defendiéndose unas a otras.
Os invito a conocer, con Rafael Barrett, el Paraguay con cada capítulo. No hay página en este libro que no resulte inolvidable.

Cristian David López
21/08/11

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