martes, 21 de diciembre de 2010

La voz de Raúl

El viejo Raúl estaba postrado en una silla bajo la sombra de un naranjo. Un perro a su lado rascándose las pulgas. Todos conocen al viejo en el pueblo. Que fue aquel niño que no callaba, que aturdía, que hartaba a los maestros y que un día a los seis años entró en un orfanato y por cosas desconocidas salió sin habla.

Algunos decían que se había mordido la lengua entre otras historias. Pero a ciencia cierta nadie sabe qué le pasó. Mas, él no lo puede contar, no puede hablar, no aprendió a escribir y no lo puede olvidar. Lo lleva dentro, muy dentro como un terrible secreto.

Nadie sabe que una noche en aquel orfanato que hoy en día está cerrado por la policía por casos sin resolver. En una habitación donde dormían unos niños entre ellos Raúl, casi cada noche como castigo por hablar o por haber dormido en clase, por peleas y otras tonterías el tutor del orfanato, le hacía dormir en el suelo. No pasaba una semana que no durmiera en el suelo como castigo. Lo que sí era un niño terrible.

Pero una noche justo cuando estaba en régimen de castigo, ya de madrugada, mientras todos dormían escuchó un golpe en el suelo (que era de madera) que lo despertó. Alguien o algo golpeaba el suelo. Al escucharlo se estremeció y el cuerpo le sudó. Y el golpe seguía y seguía y nadie en la habitación se movía, nadie más que él escuchaba aquel ruido y aunque pensaba que era un sueño, no lo era. Más bien alguien andaba ahí, queriendo molestarle, gastarle alguna broma o algo parecido ¿pero quién? Si la habitación aquella estaba cerrada por dentro. Mas ya no pudo y asomó la cabeza por debajo de la sábana y vio que bajo la cama había una silla plegada. Fue eso lo que se movía. ¿Pero cómo, quien? –se preguntó –pero también había un abismo; un abismo oscuro bajo la cama. Y vio de repente entre la oscuridad que había allí un gato negro muy negro y con una pata movía la silla, más no tenía uñas, tenía unos dedos flexibles y alargados como los de los monos y unos ojos grandes y rojos que como sangres parpadeaban lentamente. El pobre Raúl tembló, el gato rugió como una bestia hambrienta y un gran susto paralizó al pobre Raúl. Y no pudo gritar porque con aquel gran susto Raúl se había tragado su propia lengua. El gato desapareció en la oscuridad, se escabulló en el abismo robando la voz de Raúl.

Esa es la verdadera historia que él no puede contarnos.




Yo, con el maestro José Luis Garcia Martín.
Foto de: Maria Jesus Florez
  

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